martes, 6 de octubre de 2015
Contra la manipulación de la violencia y el dolor por parte del Estado
Hoy he recordado aquellos días de mi adolescencia en los que había que
hacer aquellos "minutos de silencio" politizados y nada inocentes por
los asesinatos de ETA. Parecía que quien no los hacíamos éramos
proetarras, que no estábamos al lado de las víctimas. En realidad, yo al
menos, condenaba y condeno cualquier asesinato, más aún los asesinatos
cobardes y en los que no es ni siquiera posible la autodefensa.
Condenaba (y condeno) esos asesinatos etarras execrables, ese dolor,
esas familias rotas, esos niños huérfanos o mutilados, pero me negaba a
ser una fantoche de los señores y señoras del poder político y
económico que querían utilizar el sufrimiento y los crímenes para servir
a los intereses de sus propias agendas políticas y económicas, para
ocultar la guerra sucia y el terrorismo de Estado (GAL-Gladio) que
todavía sigue impune, de la manipulación para tapar la violencia que se
ha ejercido contra muchas personas en el País Vasco simplemente por sus
ideas, para tapar otras violencias, corrupciones y guerras. Por otro
lado, en los guettos políticos de la izquierda decir que sentías
solidaridad con las víctimas etarras podía suponer recibir miradas de
recelo y suspicacia o ser catalogada inmediatamente con otras etiquetas
ideológicas. Puedo estar equivocada o no, rectificar ante los errores,
pero nunca me he callado ante la injusticia desde que siendo una niña la
profesora de religión dijo que la homosexualidad era una enfermedad y
la rebatí hasta el final.
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