Las Interferencias: Leon Trotsky y la ilegalización del aborto

sábado, 28 de diciembre de 2013

Leon Trotsky y la ilegalización del aborto

A través de un artículo de David Segarra en facebook (también lo reproduce el Grupo Tortuga en su web)llegué, vía google, a otro en castellano de la revista "El Militante" donde leí una frase sorprendente de Trotsky. Supongo que me llamó la atención porque vivimos en un contexto de desinformación, fanatismo y falta de cultura histórica, sobre todo dentro del mundillo de la izquierda, el mundo progre o incluso el anarquista o anarcosindicalista, donde se supone que deberíamos haber leído ciertos libros. Después de este mea culpa en el cual me incluyo voy a tratar de instruirme un poco y, de paso, poner en común la información a la que accedo para que así aprendamos juntos. Lo que leí en el artículo de Cindy Jacquith fue esto (la negrita es mía):

"A tal maternidad impuesta por el estado se opuso inflexiblemente el exiliado líder bolchevique León Trotsky, quien, desde mediados de la decada de 1920, había librado una batalla política para continuar el curso de Lenin. Condenando a un juez superior soviético que buscaba racionalizar la negación del derecho de la mujer a elegir el aborto con el argumento de que “Necesitamos gente”, Trotsky respondió:
Millones de trabajadoras podrían responderle: “Haced vosotros mismos a vuestros hijos”. Estos señores han olvidado evidentemente que el socialismo debería eliminar las causas que empujan a la mujer al aborto, en vez de hacer intervenir indignamente a la policía en la vida íntima de la mujer para imponerle “las alegrías de la maternidad”. (Ver la sección “La familia, la juventud y la cultura” en La Revolución Traicionada de Trotsky, publicada por la editorial Pathfinder.)"
 Hay varios puntos interesantes a remarcar:

- el aborto fue en la URSS legal con Lenin, ilegal con Stalin y de nuevo legal con Jrushchov. Ahora Putin de nuevo está restringiendo la legalidad del aborto y fomentando políticas natalistas.

-  León Trotsky supo ver que la postura de Stalin y de los estalinistas era principalmente demográfica y los componentes éticos, políticos o ideológicos eran simples adornos doctrinales para "vender" la maternidad y fomentar la natalidad. De hecho, el estalinismo dificilmente puede ser catalogado como "pro-vida". Ni es religioso ni es de extrema derecha ni es antiabortista por razones morales o porque hubiera empatía con los fetos humanos u otros argumentos del campo de la bioética. Los argumentos del poder contra el aborto eran pronatalistas: "Necesitamos gente".

- León Trotsky también supo ver que el socialismo o cualquier ideología para buscar la justicia social tenía que eliminar las causas que empujaban a las mujeres a abortar. Por ejemplo, se me ocurre que esas causas podían ser materiales, como la pobreza, la falta de recursos o de apoyo en la crianza y también la prohibición o dificultad de acceso a los métodos anticonceptivos y la falta de conocimientos sobre la fertilidad humana. Desde luego, la solución a estas cuestiones se enfrentará de forma diferente, antes y ahora, si se cree que el Estado es el encargado de solucionar estas carencias, o si simplemente es suficiente con que el Estado no intervenga de ningún modo, o si se cree que es la gente, las personas del pueblo en relaciones de reciprocidad y horizontalidad las que tienen que auto-capacitarse para gestionar su vida y ayudarse unas a otras en estas materias.

Todo esto me hace reflexionar, ya que, si es posible que el Estado imponga en determinados momentos históricos la natalidad (con aborto ilegal, premios maternalistas y prohibición de anticonceptivos), también es posible que en otros momentos la prohiba o, al menos, la haga muy complicada. En este sentido es muy importante intentar ser objetivo y diferenciar las palabras y los politiqueos de las realidades y los hechos, porque un partido político puede decir una cosa en los mítines y discursos del Parlamento pero después permitir o impulsar otra desde la calle. ¿Es posible desde el punto de vista biopolítico que el Estado tenga políticas natalistas y antinatalistas a la vez? Quizás alguien que lea este blog nos pueda ayudar a desentrañar este asunto.

En cualquier caso, lo que es denunciable es que el Estado y los poderosos, según sus propios intereses, prohiban o promuevan una cosa u otra. ¿No deberíamos tomar nuestras propias decisiones informadas en lugar de tener que seguir las consignas del poder, sean cuales sean? ¿O preferimos seguir siendo peleles manejados según el dictador o político de turno o los intereses del capitalismo o el sistema en cada momento histórico? Quizás esas decisiones informadas y meditadas nos lleven a las mismas conclusiones que las de los demógrafos al servicio del poder, o quizás no. Somos nosotros los que tenemos que descubrirlo y reflexionarlo desde un punto de vista global. Desde luego, no tiene sentido limitar un debate tan compejo a un asunto de izquierdas-derechas o ni siquiera documentarse historicamente al hablar de él, por pensar que la sociedad del siglo XXI es completamente diferente a la del siglo XX.

El libro "La revolución traicionada" se puede leer en internet, yo lo encontré aquí: http://www.nodo50.org/espacioandaluz/formacion/revrusa/revoluciontraicionada.pdf

Copio y pego un fragmento largo del capítulo "La familia, la juventud y la cultura". Al copiar y pegar he perdido el formato del texto y hay algunos puntos y a parte que se han convertido en puntos y seguido. Espero poder solucionarlo en breve.

TERMIDOR EN EL HOGAR

 La Revolución de Octubre cumplió honradamente su palabra en lo que respecta a la mujer. El nuevo régimen no se contentó con darle los mismos derechos jurídicos y políticos que al hombre, sino que hizo -lo que es mucho más- todo lo que podía, y en todo caso, infinitamente más que cualquier otro régimen para darle realmente acceso a todos los dominios culturales y económicos, Pero ni el "todopoderoso" parlamento británico, ni la más poderosa revolución pueden hacer de la mujer un ser idéntico al hombre, o hablando más claramente, repartir por igual entre ella y su compañero las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia y de la educación de los hijos. La revolución trató heroicamente de destruir el antiguo "hogar familiar" corrompido, institución arcaica, rutinaria, asfixiante, que condena a la mujer de la clase trabajadora a los trabajos forzados desde la infancia hasta su muerte. La familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida, según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicio s sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infancia, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc. La absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, al unir a toda una generación por la solidaridad y la asistencia mutua, debía proporcionar a la mujer, y en consecuencia, a la pareja, una verdadera emancipación del yugo secular. Mientras que esta obra no se haya cumplido, cuarenta millones de familias soviéticas continuarán siendo, en su gran mayoría, víctimas de las costumbres medievales de la servidumbre y de la histeria de la mujer, de las humillaciones cotidianas del niño, de las supersticiones de una y otro. A este respecto, no podemos permitirnos ninguna ilusión. Justamente por eso, las modificaciones sucesivas del estatuto de la familia en la URSS caracterizan perfectamente la verdadera naturaleza de la sociedad soviética y la evolución de sus capas dirigentes.

No fue posible tomar por asalto la antigua familia, y no por falta de buena voluntad; tampoco porque la familia estuviera firmemente asentada en los corazones. Por el contrario, después de un corto periodo de desconfianza hacia el Estado y sus casas cuna, sus jardines de infancia y sus diversos estab lecimientos, las obreras, y después de ellas, las campesinas más avanzadas, apreciaron las inmensas ventajas de la educación colectiva y de la socialización de la eco nomía familiar. Por desgracia, la sociedad fue demasiado pobre y demasiado poco civilizada. Los recursos reales del Estado no correspondían a los planes y a las intenciones del partido comunista. La familia no puede ser abolida: hay que reemplazarla.

 La emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la "miseria socializada". La experiencia reveló bien pronto esta dura verdad, formulada hacía cerca de 80 años por Marx. 

 Durante los años de hambre, los obreros se alimenta ron tanto como pudieron -con sus familias en ciertos casos- en los refectorios de la s fábricas o en establecimientos análogos, y este hecho fue interpretado oficialment e como el advenimiento de las costumbres socialistas. No hay necesidad de detener nos aquí en las particularidades de los diversos periodos -comunismo de guerra, NEP, el primer plan quinquenal- a este respecto. El hecho es que desde la supresión del ra cionamiento del pan, en 1935, los obreros mejor pagados comenzaron a volver a la mesa familiar. Sería erróneo ver en esta retirada una condena del sistema socialista qu e no se había puesto a prueba. Sin embargo, los obreros y sus mujeres juzgaban implaca blemente "la alimentación social" organizada por la burocracia. La misma conc lusión se impone en lo que respecta a las lavanderías socializadas en las que se roba y se estropea la ropa más de lo que se lava. ¡Regreso al hogar! Pero la cocina y el lavado a domicilio, actualmente alabados con cierta confusión por los oradores y lo s periodistas soviéticos, significan el retorno de las mujeres a las cacerolas y a los l avaderos, es decir, a la vieja esclavitud. Es muy dudoso que la resolución de la I nternacional Comunista sobre "la victoria completa y sin retroceso del socialismo en la URSS" sea, después de esto, muy convincente para las amas de casa de los arraba les. 

 La familia rural, ligada no solamente a la economía doméstica, sino además a la agricultura, es infinitamente más conservadora que la familia urbana. Por regla general, sólo las comunas agrícolas poco numerosas establecieron, en un principia, la alimentación colectiva y las casas cuna. Se afirmab a que la colectivización debía producir una transformación radical en la familia: ¿no se estaba en vías de expropiar, junto con sus vacas, los pollos del campesino? En t odo caso, no faltaron comunicados sobre la marcha triunfal de la alimentación social en los campos. Pero cuando comenzó el retroceso, la realidad disipó enseguida las brumas del bluff. Generalmente el koljós no proporciona al campesino más que el tr igo que necesita y el forraje de sus bestias. La carne, los productos lácteos y las legu mbres provienen casi enteramente de la propiedad individual de los miembros de los kolj oses. Desde el momento en que los alimentos más importantes son fruto del trabajo fam iliar, no puede hablarse de alimentación colectiva. Así es que las parcelas peq ueñas, al dar una nueva base al hogar, abruman a la mujer bao un doble fardo.

El número de plazas existentes en las casas cuna en 1932 era de 600.000, y había cerca de cuatro millones de plazas temporales para la época del trabajo en el campo. En 1935 había cerca de 5.600.000 lechos en las casa s cuna, pero las plazas permanentes eran, como antes, mucho menos numerosas . Por lo demás, las casas cuna existentes, aun las de Moscú, Leningrado y los gran des centros, están muy lejos de satisfacer las exigencias más modestas. "Las casas cuna en las que los niños se sienten peor que en su hogar, no son más que malos asilos", dice un gran periódico soviético. 

Después de esto, es natural que los obreros bien pa gados se abstengan de enviar allí a sus hijos. Para la masa de trabajadores, estos "mal os asilos" son aún poco numerosos.

Recientemente, el Ejecutivo ha decidido que los niñ os abandonados y los huérfanos serían confiados a particulares; el Estado burocrát ico reconoce así, por boca de su órgano más autorizado, su incapacidad para desempeñ ar una de las funciones sociales más importantes. El número de niños recibidos en lo s jardines ha pasado en cinco años, de 1930 a 1935, de 370.000 a 1.181.000. La ci fra de 1930 asombra por su insignificancia. Pero la de 1935 es ínfima en relac ión a las necesidades de las familias soviéticas. Un estudio más profundo haría ver que l a mayor, y en todo caso, la mejor parte de los jardines de infancia está reservada a las familias de los funcionarios, de los técnicos, de los estajanovistas, etc. 

No hace mucho tiempo el Ejecutivo ha tenido que adm itir, igualmente, que "la decisión de poner un término a la situación de los niños abandonados e insuficientemente vigilados se ha aplicado débilmen te". ¿Qué oculta ese suave lenguaje? Sólo sabemos ocasionalmente por las obser vaciones publicadas en los periódicos con minúsculos caracteres, que más de un millar de niños viven en Moscú, aun en su mismo hogar, "en condiciones extremadamen te penosas"; que en los orfanatos de la capital existen 1.500 adolescentes que no saben qué hacer y que están destinados al arroyo; que en dos meses del otoño (1 935) en Moscú y Leningrado, "7.500 padres han sido objeto de persecuciones por haber dejado a sus hijos sin vigilancia". ¿Qué utilidad tienen estas persecucion es? ¿Cuán tos millares de padres las han evitado? ¿Cuántos niños, colocados en el hogar en las condiciones más penosas" no han sido registrados por la estadística? ¿En qué difieren las condiciones "más" penosas de las simplemente penosas? Estas preguntas quedan sin respuesta. La infancia abandonada, visible o disimulada, constitu ye una plaga que alcanza enormes proporciones a consecuencia de la gran crisis socia l, durante la cual la desintegración de la familia es mucho más rápida que la formación de las nuevas instituciones que la pueden reemplazar.

Las mismas observaciones ocasionales de los periódi cos, junto con la crónica judicial, informan al lector que la prostitución, última degr adación de la mujer en provecho del hombre capaz de pagar, existe en la URSS. El otoño último, Izvestia publicó repentinamente que "cerca de mil mujeres que se ent regaban en las calles de Moscú al comercio secreto de su carne, acaban de ser detenid as". Entre ellas: ciento setenta y siete obreras, noventa y dos empleadas, cinco estud iantes, etc. ¿Qué las arrojó a la calle? La insuficiencia de salario, la pobreza, la necesidad de "procurarse un suplemento para comprar zapatos, un traje". En vano hemos tratado de conocer, aunque fuese aproximadamente, las proporciones de e ste mal social. La púdica burocracia soviética impone el silencio a la estadí stica. Pero ese silencio obligado basta para comprobar que la "clase" de prostitutas soviéticas es numerosa. No puede tratarse aquí de una supervivencia del pasado, pues to que las prostitutas se reclutan entre las mujeres jóvenes. Nadie pensará en reproch arle personalmente al régimen soviético esta plaga tan vieja como la civilización . Pero es imperdonable hablar del triunfo del socialismo mientras subsista la prostit ución. Los periódicos afirman, en la medida en que les está permitido tocar este delicad o punto, que la prostitución decrece; es posible que esto sea cierto en comparac ión con los años de hambre y, de desorganización (1931-33). Pero el regreso a las re laciones fundadas sobre el dinero provoca inevitablemente un nuevo aumento de la pros titución y de la infancia abandonada. En donde hay privilegios también hay parias.

El gran número de niños abandonados es, indiscutibl emente, la prueba más trágica y más infalible de la penosa situación de la madre. A un la optimista Pravda se ve obligada a publicar amargas confesiones a este resp ecto: "El nacimiento de un hijo es para muchas mujeres una seria amenaza". Justamente por eso, el poder revolucionario ha dado a la mujer el derecho al aborto, uno de sus derechos cívicos, políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y l a opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y las solteronas de uno y otro se xo. Pero este triste derecho es transformado por la desigualdad social en un privil egio. Los fragmentarios informes que proporciona la prensa soviética sobre la prácti ca de los abortos son asombrosos: "Ciento noventa y cinco mujeres mutiladas por las c omadronas; treinta y tres obreras, veintiocho empleadas, sesenta y cinco campesinas de koljoses, cincuenta y ocho amas de casa, se hallan en un hospital de una aldea del Ural". Esta región sólo difiere de las otras en que los datos que le conciernen han sido p ublicados. ¿Cuántas mujeres al año son mutiladas en toda la URSS por los abortos mal hechos? 

Después de haber demostrado su incapacidad para proporcionar los socorros médicos necesarios y las instalaciones higiénicas para las mujeres obligadas a recurrir al aborto, el Estado cambia bruscamente y se lanza a l a vía de las prohibiciones. Y, como en otros casos, la burocracia hace de la neces idad virtud. Uno de los miembros de la Corte Suprema soviética, Soltz, especializado en problemas del matrimonio, justifica la próxima prohibición del aborto diciend o que, como la sociedad socialista carece de desocupación, etc., etc., la mujer no pue de tener el derecho de rechazar "las alegrías de la maternidad". Filosofía de cura que d ispone, además, del puño del gendarme. Acabamos de leer en el órgano central del partido que el nacimiento de un hijo es, para muchas mujeres -y sería justo decir q ue para la mayor parte-, "una amenaza". Acabamos de oír que una alta autoridad at estigua que "la liquidación de la infancia abandonada y descuidada se realiza débilme nte", lo que significa, ciertamente, un aumento de la infancia abandonada; y ahora, un alto magistrado nos anuncia que en el país donde "es dulce vivir" los a bortos deben ser castigados con la prisión, exactamente como en los países capitalista s en los que es triste vivir. Se adivina de antemano que en la URSS, como en Occiden te, serán sobre todo las obreras, las campesinas, las criadas que no pueden ocultar su pecado, las que caerán en manos de los carceleros. En cuanto a "nuestras mujeres", que piden perfumes de buena calidad y otros artículos de este género, con tinuarán haciendo lo que les plazca, bajo la mirada de una justicia benévola. "Tenemos necesidad de hombres", añade Soltz cerrando los ojos ante los niños abandonados. Si la burocracia no hubiera puesto en sus labios el sello del silencio, millones de tr abajadoras podrían responderle: "Haced vosotros mismos a vuestros hijos". Evidentem ente estos señores han olvidado que el socialismo debería eliminar las causas que empujan a la mujer al aborto, en vez de hacer intervenir indignamente al policía en la vida íntima de la mujer para imponerle "las alegrías de la maternidad".

El proyecto de ley sobre el aborto fue sometido a u na discusión pública. El filtro de la prensa soviética tuvo que dejar pasar, a pesar de todo, numerosas quejas y protestas ahogadas. La discusión cesó tan bruscamente como había comenzado. El 27 de junio de 1936, el Ejecutivo hizo de un proyecto infame, una ley tres veces infame. Hasta algunos de los apologistas oficiales de la burocracia se incomodaron. Louis Fisher escribió que la nueva ley era, en suma, una deplorable equivocación. En realidad, esta ley, dirigida contra la mujer pero que establece para las damas un régimen de excepción, es uno de los frutos legítimos de la reacción termidoriana.

La rehabilitación solemne de la familia que se llev ó a cabo -coincidencia providencial- al mismo tiempo que la del rublo, ha sido una consecuencia de la insuficiencia material y cultural del Estado. En lu gar de decir: aún somos demasiado indigentes y demasiado incultos para establecer rel aciones socialistas entre los hombres: nuestros hijos lo harán, los jefes del régimen recogen los trastos rotos de la familia e imponen, bajo la amenaza de los peores ri gores, el dogma de la familia, fundamento sagrado del "socialismo triunfante". Se mide con pena la profundidad de este retroceso.

La nueva legislación arrastra todo y a todos, al literato como al legislador, al juez y a la milicia, al periódico y a la enseñanza. Cuando u n joven comunista, honrado y cándido, se permite escribir a su periódico: "Haría s mejor en abordar la solución de este problema: ¿,Corno puede la mujer evadirse de l as tenazas de la familia?", recibe un par de desaires y calla. El alfabeto del comunis mo es considerado como una exageración de la izquierda. Los prejuicios duros y estúpidos de las clases medias incultas, renacen entre nosotros con el nombre de m oral nueva. ¿Y qué sucede en la vida cotidiana de los rincones perdidos del inmenso país? La prensa sólo refleja en proporción ínfima la profundidad de la reacción ter midoriana en el dominio de la familia.

 Como la noble pasión de los predicadores crece en intensidad al mismo tiempo que aumentan los vicios, el noveno mandamiento ha alcan zado gran popularidad entre las capas dirigentes. Los moralistas soviéticos no tien en más que renovar ligeramente la fraseología. Se inicia una campana en contra de los divorcios, demasiado fáciles y demasiado frecuentes. El pensamiento creador del le gislador anuncia ya una medida "socialista", que consiste en cobrar el registro de l divorcio y en aumentar la tarifa en caso de repetición. De manera que no nos equivocamo s al afirmar que la familia renace, al mismo tiempo que se consolida nuevamente el papel educador del rublo.

 Hay que esperar que la tarifa no será un obstáculo para las clases dirigentes. Las personas que disponen de buenos apartamentos, de co ches y de otros elementos de bienestar, arreglan siempre sus asuntos privados sin publicidad superflua. La prostitución sólo tiene un sello infamante y penoso en los bajos fondos de la sociedad soviética; en la cumbre de esta sociedad, en donde el poder se une a la comodidad, reviste la forma elegante de menudos servicios recí procos y aun el aspecto de la "familia socialista". Sosnovski ya nos ha dado a co nocer la importancia del factor "autoharén" en la degeneración de los dirigentes. Los "Amigos" líricos y académicos de la URSS tienen ojos para no ver. La legislación del matrimonio instituida por la Revolución de Octu bre, que en su tiempo fue objeto de legítimo orgullo para ella, se ha transformado y desfigurado por amplios empréstitos tomados del tesoro legislativo de los p aíses burgueses. Y, como si se tratara de unir la burla a la traición, los mismos argumentos que antes sirvieron para defender la libertad incondicional del divorcio y d el aborto -"la emancipación de la mujer", "la defensa de los derechos de la personali dad", "la protección de la maternidad"-, se repiten actualmente para limitar o prohibir uno y otro.

 El retroceso reviste formas de una hipocresía desal entadora, y ya mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. A las raz ones objetivas de regreso a las normas burguesas, tales como el pago de pensiones a limenticias al hijo, se agrega el interés social de los medios dirigentes en enraizar el derecho burgués. El motivo más imperioso del culto actual de la familia es, sin du da alguna, la necesidad que tiene la burocracia de una jerarquía estable de las relacion es sociales, y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que s irven de apoyo a la autoridad y el poder.

Cuando se esperaba confiar al Estado la educación d e las jóvenes generaciones, el poder, lejos de preocuparse por sostener la autorid ad de los mayores, del padre y de la madre especialmente, trató, por el contrario, de se parar a los hijos de la familia para inmunizarlos contra las viejas costumbres. Todavía recientemente, durante el primer periodo quinquenal, la escuela y las Juventudes Com unistas solicitaban ampliamente la ayuda de los niños para desenmascarar al padre e brio o a la madre creyente, para avergonzarlos, para tratar de "reeducarlos". Otra c osa es el éxito alcanzado... De todas maneras, este método minaba las bases mismas de la autoridad familiar. En este dominio, se realizó una transformación radical que no estuvo desprovista de importancia. El quinto mandamiento se ha vuelto a p oner en vigor al mismo tiempo que el noveno, sin invocación de la autoridad divin a por el momento, es cierto; pero la escuela francesa tampoco emplea este atributo, lo c ual no le impide inculcar la rutina y el conservadurismo.

 El respeto a la autoridad de los mayores ya ha prov ocado, por lo demás, un cambio de política hacia la religión. La negación de Dios, de sus milagros y de sus ayudantes, era el elemento de división más grave que el poder revo lucionario hacía intervenir entre padres e hijos. Sobrepasando el progreso de la cult ura, de la propaganda seria y de la educación científica, la lucha contra la iglesia, d irigida por hombres de tipo Yaroslavski, degeneraba frecuentemente en bufonadas y vejaciones. El asalto a los cielos ha cesado como el asalto a la familia. Cuida dosa de su buena reputación, la burocracia ha pedido a los jóvenes ateos que depong an las armas y se dediquen a leer. Esto no es más que un comienzo. Un régimen de neutr alidad irónico se establece poco a poco respecto a la religión. Primera etapa. No se ría difícil predecir la segunda y la tercera, si el curso de los acontecimientos no depe ndiera más que de las autoridades establecidas.

La hipocresía de las opiniones dominantes eleva, si empre y en todas partes, al cubo o al cuadrado, los antagonismos sociales; ésta es, po co más o menos, la ley del desarrollo de las ideas traducida a lenguaje matemá tico. El socialismo, si merece este nombre, significa relaciones desinteresadas entre l os hombres, una amistad sin envidia ni intriga, el amor sin cálculos envilecedores. La doctrina oficial declara que estas normas ideales ya se han realizado, con tanta más a utoridad cuanto más enérgicas son las protestas de la realidad en contra de semejante s afirmaciones. El nuevo programa de las juventudes comunistas soviéticas, adoptado e n abril de 1936, dice: "Una nueva familia, de cuyo florecimiento se encarga el Estado soviético, se ha creado sobre el terreno de la igualdad real del hombre y de la muje r". Un comentario oficial añade: "Nuestra juventud sólo busca al compañero o a la co mpañera por el amor. El matrimonio burgués de intereses no existe en nuestr a nueva generación" (Pravda, 4 de abril de 1936). Esto es bastante cierto cuando se t rata de obreros y obreras jóvenes. Pero el matrimonio por interés está muy poco extend ido entre los obreros de los países capitalistas. Sucede todo lo contrario en las capas medias y superiores de la sociedad soviética. Los nuevos grupos sociales se subordinan automáticamente al dominio de las relaciones personales. Los vicios engendrados p or el poder y por el dinero alrededor de las relaciones sexuales, florecen en l a burocracia soviética como si ésta tuviera el propósito de alcanzar a la burguesía de Occidente.

En contradicción absoluta con la afirmación de Prav da que acabamos de citar, "el matrimonio soviético por interés" ha resucitado, la prensa soviética conviene en ello, sea por exceso de franqueza, sea por necesidad. La profesión, el salario, el empleo, el número de galones en la manga, adquieren un signifi cado creciente, pues los problemas de calzado, de pieles, de alojamiento, de baños y -sueño supremo- de coche, se unen a él. La simple lucha por una habita ción une y desune en Moscú a no pocas parejas por año. El problema de los padres ha alcanzado una importancia excepcional. Es conveniente tener como suegro a un oficial o a un comunista influyente; y como suegra, a la hermana de un gran personaje. ¿Quién se asombrará? ¿Puede ser de otro modo? 

 La desunión y la destrucción de las familias soviét icas en las que el marido, miembro del partido, miembro activo del sindicato, oficial o administrador, se ha desarrollado y ha adquirido nuevos gustos, mientras que la mujer, oprimida por la familia, ha permanecido en su antiguo nivel, forma uno de los c apítulos más dramáticos del libro de la sociedad soviética. El camino de dos generaci ones de la burocracia soviética está señalado por las tragedias de las mujeres atrasadas y abandonadas. El mismo hecho se observa actualmente en la joven generación. Se enco ntrará, sin duda, más grosería y crueldad en las esferas superiores de la burocracia , en las que los advenedizos poco cultivados, que creen que se les debe todo, forman un porcentaje elevado. Los archivos y las memorias revelarán un día verdaderos crímenes, cometidos contra las antiguas esposas y las mujeres en general por los p redicadores de la moral familiar y de las "alegrías" obligatorias de la "maternidad", inviolables ante la justicia. 

 No, la mujer soviética aún no es libre. La igualdad completa representa también muchas más ventajas para las mujeres de las capas s uperiores, que viven del trabajo burocrático, técnico, pedagógico, intelectual en ge neral, que para las obreras y, especialmente, que para las campesinas. Mientras qu e la sociedad no esté capacitada para asumir las cargas materiales de la familia, la madre no puede desempeñar con éxito una función social, si no dispone de una escl ava blanca, nodriza, cocinera, etc. 

De los cuarenta millones de familias que forman la población de la URSS, el 5%, puede ser el 10%, fundan directa o indirectamente s u bienestar sobre el trabajo de esclavas domésticas. El número exacto de criadas en la URSS sería tan útil para apreciar, desde un punto de vista socialista, la si tuación de la mujer, como toda la legislación soviética, por progresista que ésta sea . Pero justamente por eso, la estadística oculta a las criadas en la rúbrica de o breras o "varios". 

La condición de la madre de familia, comunista resp etada que tiene una sirvienta, un teléfono para hacer sus pedidos a los almacenes, un coche para transportarse, etc., es poco similar a la de la obrera que recorre las tien das, hace las comidas, lleva a sus hijos del jardín de infancia a la casa -cuando hay para ella un jardín de infancia-. Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este cont raste social, no menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dam a burguesa de la mujer proletaria.

La verdadera familia socialista, liberada por la sociedad de las pesadas y humillantes cargas cotidianas, no tendrá necesidad de ninguna r eglamentación, y la simple idea de las leyes sobre el divorcio y el aborto no le parec erá mejor que el recuerdo de las zonas de tolerancia o de los sacrificios humanos. L a legislación de Octubre había dado un paso atrevido hacia ella. El estado atrasado del país, desde los puntos de vista económico y cultural, ha provocado una cruel reacci ón. La legislación termidoriana retrocede hacia los modelos burgueses, no sin cubri r su retirada con frases engañosas sobre la santidad de la "nueva" familia. La inconsi stencia socialista se disimula aquí también bajo una respetabilidad hipócrita.

A los observadores sinceros les llama la atención, sobre todo en lo que se refiere a los niños, la contradicción entre los principios elevad os y la triste realidad. Un hecho como el de recurrir a extremados rigores penales co ntra los niños abandonados, puede sugerir que el pensamiento de la legislación social ista en favor de la mujer y del niño no es más que una hipocresía. Los observadores del género opuesto se sienten seducidos por la amplitud y la generosidad del proy ecto, que ha tomado forma de leyes y de órganos administrativos; ante las madres , las prostitutas y los niños abandonados a la miseria, estos optimistas se dicen que el aumento de las riquezas materiales dará, poco a poco, sangre y carne a las leyes socialistas. No es fácil decir cuál de estas dos maneras de pensar es más falsa y perjudicial. Hay que estar atacado de ceguera histórica para no ver la envergadura y l a audacia del proyecto social, la importancia de las primeras fases de su realización , y las vastas posibilidades abiertas. 

Pero tampoco es posible dejar de indignarse por el optimismo pasivo y, en realidad, indiferente, de los que cierran los ojos ante el au mento de las contradicciones sociales, y se consuelan por medio de las perspectivas de un porvenir cuyas llaves se proponen respetuosamente dejar a la burocracia. ¡Como si la Igualdad del hombre y de la mujer no se hubiera transformado, a los ojos de la burocracia, en la igualdad de la carencia de todo derecho! ¡Como si estuviera escrito que la burocracia no puede establecer un nuevo yugo, en vez de aportar libertad! La historia nos enseña muchas cosas sobre la esclav ización de la mujer por el hombre, sobre la de ambos por el explotador, y sobre los es fuerzos de los trabajadores que, tratando de sacudir el yugo al precio de su sangre, en realidad no logran más que cambiar de cadenas. La historia, en definitiva, nos dice otra cosa. Pero nos faltan ejemplos positivos sobre la manera de liberar efectivamente al niño, a la mujer y al hombre. Toda la experiencia del pasado es negativa, e inspira desconfianza a los trabajadores hacia los tutores privilegiados e incontrolados.

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